CURSO DE GNOSIS

B16.- Las Razas que nos han precedido

Bien hermanos, todos reunidos vamos ahora a comenzar nuestra plática de esta noche.

Indubitablemente la humanidad, en vez de marchar, como se cree, por un camino evolutivo, muy al contrario, ha venido involucionando.

1ª Raza: Protoplasmáticos

Las gentes de la primera raza fueron realmente sublimes. Es bueno saber que la primera raza existió en el continente polar del Norte, que es el primero en aparecer durante la ronda actual y el último en desaparecer. Estaba siempre iluminado tal continente por la estrella Polar.

Esas gentes de la primera raza fueron andróginos, criaturas protoplasmáticas, cuer­pos gelatinosos. No poseían una estatura fija como la que tenemos actualmente. Podían asumir aspectos gigantescos, como también podían empequeñecer su figura hasta reducirla al punto mate­mático. Así pues, las gentes de la primera raza poseían un cuerpo protoplasmático, gelatinoso. Eran cuerpos semimateriales, semifísicos.

El “protoplasma” de Haeckel, esa “pizca de sal” haeckeliana de la cual vinieran a desarrollarse todas las razas existentes en el mundo, indubitablemente es trascendido por la raza protoplasmática.

Haeckel intuyó (así como Darwin) que las razas humanas venían del protoplasma, pero (y ahí está precisamente lo interesante) no llegaron al meollo de la cuestión.

La humanidad, ciertamente viene del protoplasma, pero no en la forma haeckeliana o dar­winista. Pensemos en una raza protoplasmática y entonces hemos llegado a la raíz de la cuestión.

Podría inclusive objetárseme diciendo: “¿Y de dónde surgió esa famosa raza?”. La respuesta sería: De las dimensiones superiores de la naturaleza y del cosmos. Esto es, que antes de que apareciera la raza protoplasmática sobre la faz de la Tierra, pasó por incesantes evoluciones y transformaciones en las diversas dimensiones de la naturaleza.

Recordemos que el mundo normalmente tiene tres dimensiones. Existe también una cuarta y una quinta y una sexta y una séptima. Más allá hay dimensiones elevadas como la octava y la novena.

Así pues, antes de que apareciera la raza protoplasmática como tal sobre la faz de la Tie­rra, pasó por incesantes transformaciones y evoluciones dentro de las dimensiones superiores de la naturaleza.

Al fin, asumió forma y apareció como agrupación humana en el continente polar. No está de más decir que, por aquella época, el continente polar no estaba situado donde ahora está situado. Estaba ciertamente ubicado en la región ecuatorial, y es que la Tierra, además del movi­miento de rotación, de traslación, balanceo, palpitación..., tiene otro, que es el de desviación de los polos o retrogradación. Los polos se van desviando poco a poco hacia la línea ecuato­rial y el Ecuador se desvía a su vez hacia los polos. De manera, pues, que en aquella edad el continente polar estaba ubicado en la región ecuatorial.

Incuestionablemente, la raza humana, antes de pasar por todas las transformaciones y evo­luciones que vinieron a terminar con una forma concreta en el citado continente, surgió, pues, en el germen original primitivo, elemental.

Tal germen yacía entre el Caos, dormitaba profundamente en el Caos. Mas, conforme pasa­ron los siglos, edades, eternidades, dicho germen, ingresando en procesos de manifestación cósmi­ca, evolucionó, se transformó, etc., hasta venir a tomar la forma, pues, de raza viviente en el cas­quete polar del Norte.

Marcha paralela esa evolución humana con la evolución planetaria. Sabemos muy bien que nuestro mundo Tierra surgió de entre el Caos, y es obvio que en este mundo Tierra el germen también inició sus procesos evolutivos, me refiero al germen humano.

La raza esta protoplasmática era una raza semietérica, semifísica. No necesitaba caminar forzosamente, podía flotar libremente en la atmósfera circundante. Aunque parezca in­creíble, fue esa raza de color negro. Si decimos que la primera raza que hubo en el mundo fue negra, estoy seguro que muchos se asombrarán, sobre todo aquellos que tengan prejuicios raciales; mas así fue.

El proceso de reproducción se realizaba entonces mediante el acto sexual fisíparo. Era un proceso semejante al de la división de las células. Ya sabemos que en determinado momento, el núcleo de cualquier célula se divide en dos, y cada parte especializa para sí misma la cantidad de citoplasma necesario, a fin de organizarse en forma de nuevas células. Es mediante ese proceso de división celular, cómo se va gestando la criatura dentro del vientre materno.

Así, en determinado momento, el organismo padre-madre, el organismo andrógi­no se dividía, como las células, en dos; ese era el sistema de reproducción. El organismo desprendido seguía alimentándose del padre-madre en la forma de cualquier mamífero.

Sin embargo, aquellos seres humanos incuestionablemente habían trascendido el estado animal. Eran hombres en el más elevado sentido de la palabra, bodhisattvas de los Lipikas, es decir, de los antiguos Pitris o criaturas divinales, bodhisattvas de los dioses santos, bodhisattvas de seres que habían vivido en el pasado mahamanvantara. Incuestionablemente eran criaturas auto­rrealizadas, perfectas.

Cuando se producía en cualquier lugar del planeta el nacimiento de una criatura (que, como ya les dije, era mediante el acto fisíparo, semejante al de la división celular), quienes asistían reverentes se prosternaban en tierra, adorando a la Madre Divina y al Padre que está en secreto. Era, pues, todo nacimiento, celebrado religiosamente.

¿Que pasó del acto sexual fisíparo? Que hoy ya no se usa, es verdad, pero continúa existien­do en la célula viva. Si no fuera por ese acto sexual fisíparo, la gestación de las criaturas hoy en día sería imposible. Afortunadamente las células se dividen en dos, y mediante el proceso de multi­plicación celular crecen los organismos. Así pues, eso ha quedado en la sangre.

Interesante resulta la civilización de la primera raza. Tenían ciudades enormes. No de mate­ria puramente físico-química en el sentido que nosotros lo entendemos. Más bien, edificaban con materia semifísica, semietérica templos majestuosos, extraordinarios.

Por aquella época, podemos decir que se conoció la auténtica masonería oculta, muy semejante a aquella que fundara el Conde Cagliostro en París y en Londres. En vez de un P-M, había dos P-M, Barón el uno, Baronesa la otra. Podría decirse que, como eran andróginos, senci­llamente aquéllos sabían poner a flote la parte masculina o femenina según la circunstancia.

El P-M masculino ponía a flote su parte masculina con todo el material, dijéramos, psíquico, biológico, etc. Y el otro polo, su antítesis, el negativo o femenino ponía a flote su parte femenina, sumergiendo la masculina en el fondo de su constitución. Podían hacerse tales cambios psíquico-biológicos debido al tipo de materia existente.

No era una materia inerte como la que tenemos ahora o dura, sino elástica, plástica, psíqui­ca, espiritual. Era otro tipo de materia. Toda la tierra era, dijéramos, protoplasmática, de un bellí­simo color azul intenso. Las montañas se hacían transparentes como el cristal, eran preciosísimas...

Aquella humanidad divina vivía en estado paradisíaco, mas allá del Bien y del Mal.

En los templos de aquella masonería primitiva, se trabajaba para hacer fecunda a la materia caótica, a fin de que la Divinidad se manifestara en forma intensiva. En la planta baja del Templo, alrededor del Ara, los andróginos divinos asistían a la Liturgia.

El Guardián, como siempre, estaba a la puerta, con su espada de luz, flamígera. Trabajaban, pues, tres tipos de fuerzas, representadas por los polos masculino, femenino y por el coro de andróginos de la planta baja (neutra), y se manipulaba esas fuerzas extraordinarias del Universo para bien de la Vida Universal.

En determinados momentos de la liturgia había cambios de los oficiales. El V. 1, por ejem­plo, en determinado instante se convertía en V. 2, etc., etc. Los mismos hermanos en determinados momentos intercalaban sus lugares, cambiaban de sitio. Era extraordinario, pues, aquel movimien­to rítmico al compás de los Ritos.

Incuestionablemente, se usaba muchísimo la Runa HAGAL para el cambio de columnas, etc.

Se laboraba, realmente, cooperando con la Vida Universal.

En uno de nuestros rituales decimos: “Recordad que en los antiguos tiempos, los rituales eran negros”. Hay que saber entender lo que eso significa. La vida entonces venía en proceso de descen­so, desde lo espiritual hacia lo material. Por tal motivo, la simbología estaba de acuerdo con ese proceso de la vida. Se usaba, por ejemplo, el cáliz invertido, la pentalfa al revés, con la cabeza hacia abajo y las dos puntas hacia arriba. Todo cetro, toda vara se invertía.

Diríase: “¡Magia negra!”. Hoy en día sí sería magia negra, pero en aquella época, con eso se quería simbolizar el descenso del espíritu hacia la materia. Veníamos en bajada y había que simbo­lizar tal movimiento en alguna forma.

Lo que han hecho (?) meramente simbólico de nuestra Masonería actual, eran por aquella época gigantescas. Se hacían sus viajes alrededor de todo el planeta Tierra, con gran aparato y enorme solemnidad. Todo era felicidad, no existía el dolor, estábamos más allá del Bien y del Mal.

En las épocas de Luna llena, se celebraban especialmente los grandes ritos cósmicos. Pasa­ban los siglos, las edades en un estado de felicidad inconcebible. Fue necesario, después, un gran cambio. Sucedió que los procesos de descenso se precipitaron. Aquellos cuerpos meramente gelati­nosos se volvieron mas bien gaseosos.


2ª Raza: Hiperbóreos

Aparece entonces la gente hiperbórea, la segunda raza. Esos Hiperbóreos estaban situa­dos alrededor del casquete polar del Norte. La tierra de los Hiperbóreos formaba una verda­dera herradura alrededor del Continente Polar. Incluía todo ese Norte de Europa, de Inglaterra, Escocia, todas esas tierras nórdicas de Bretaña, en fin, que hoy en día todavía existen, aunque no en su totalidad.

En esa tierra de los Hiperbóreos vivió una humanidad con cuerpos ya más bien gaseosos, no meramente protoplasmáticos, un poquito mas densos que el protoplasma. Todavía flotaban en la atmósfera.

Era una raza que podemos decir que se reproducía mediante el sistema de brotación. Examinemos cómo brotan, cómo se reproducen los corales; veamos cómo se reproducen algunas plantas por medio de brotes. Un brote puede servir de base para una nueva planta. Así, de aquellos organismos, existía una especie de exudación o corte que, en determinado instante, se desprendía del padre-madre. Era más bien oviforme y, al abrirse, salía de allí una nueva criatura.

El sistema de reproducción por brotación desapareció, como desapareció el sistema fisíparo, pero, y es lo interesante, hay todavía siempre remanente de ello en el organismo humano. Hay distintos procesos de brotación que los vemos en nuestro cuerpo. Pueden brotar, por ejemplo, du­rante el crecimiento las uñas, brota el cabello, todo eso son brotaciones.

Indudablemente, la raza hiperbórea también tuvo su civilización, su cultura. Sin embargo, no todo fue perfección entre los Hiperbóreos. Hubo fracasos, sobre todo al final de aquella raza.

Hubo hombres acuáticos terribles y perversos, como dice la maestra Blavatsky. Apa­recieron criaturas, dijéramos, con apariencias monstruosas, producto de involuciones. Criaturas hubo, por ejemplo, aunque parezca increíble, que vivían entre las aguas, que tenían un par de alas para volar, piernas —como dice la maestra Blavatsky— semejantes a las de las patas del macho cabrío, etc.; o criaturas con dos cabezas, y muchas monstruosidades de diferente tipo. Pero eso fue, especialmente, al final del período hiperbóreo

Durante la civilización hiperbórea hubo culturas extraordinarias, bosques profundos. La humanidad en aquella época tenía los poderes de la clarividencia completamente desarrollados, y los de la clariaudiencia. Podía percibir en todas las dimensiones de la Naturaleza y del Cosmos.

Cuando alguien se internaba, por ejemplo, en un bosque, no veía meramente árboles como hoy en día, sino gigantes que levantaban sus brazos, que gritaban, que clamaban, etc., etc. Y es que las gentes percibían a los elementales vegetales. Más bien, el árbol meramente físico, las cosas puramente químico-físicas no eran percibidas.

Si alguien, repito, atravesaba por entre una selva espesa, veía la vida elemental. Si pasaba cerca de grandes rocas, podía ver los elementales de la roca, los elementales minerales, los gnomos o pigmeos tan citados por los viejos alquimistas medievales.

...la humanidad fue ya, propiamente, de carne y hueso. No decirles a ustedes que los Hiperbóreos no hubieran sido de carne y hueso en cierto sentido, pero todavía eran demasiado sutiles, aunque entre ellos no se veían tan sutiles como los podríamos ver hoy en día nosotros.

Incuestionablemente, ésta es una diferencia sustancial entre Hiperbóreos y Lemures. Los Hiperbóreos inclusive llegaron a tener hasta castas guerreras. Todavía se recuerdan en los Anales de los Archivos Akashicos de la Naturaleza, a esas castas de gigantes, altos, delgados y armados hasta los dientes, peleando contra todo el mundo. Procesos involutivos del Continente Hiperbóreo.


3ª Raza: Lemures

Las gentes del Continente Mu fueron hermafroditas en el sentido más completo de la pala­bra, pues tenían desarrollado los órganos masculino y femenino a la vez. Eran de estaturas de cuatro, cinco o seis metros; es decir, gigantes corpulentos, fuertes...

Los Lemures se reproducían por gemación, en la misma forma en que se reproducen las aves, pero con una diferencia: Las aves tienen que realizar la cópula, en ellas existe la cooperación para crear; en cambio, los Lemures hermafroditas no necesitaban de la cópula sexual.

Si observamos cuidadosamente el ovario en la mujer, vemos que cada 28 días se desprende un óvulo del ovario, del folículo de Graaf. Es claro que al desprenderse queda una pequeña heridita, situada precisamente en aquel lugar de donde se desprendió. Entonces, de allí mana cierta canti­dad de sangre, digamos, el menstruo.

Resulta interesante saber que aquel óvulo que se desprendía del ovario de los hermafroditas lemures, surgía hacia el exterior ya plenamente fecundado, porque ellos, en sí mismos, tenían los dos polos (masculino y femenino). Entonces, aquel huevo permanecía por un tiempo como el hue­vo de cualquier ave, entre su nido, y luego se abría para salir de allí una nueva criatura que se alimentaba del padre-madre. Era la época de la reproducción por gemación.

Observen ustedes bien que hay una diferencia entre los tres procesos reproductivos (el fisíparo, el de brotación, y el de gemación). El fisíparo que es el de la gente de la raza protoplas­mática, el de brotación que es el de la raza hiperbórea, y el de gemación que es el de los Lemu­res.

Aquellos hermafroditas Lemures tenían plenamente desarrollada la glándula pineal y per­cibían clarividentemente la tercera parte, dijéramos, de todas las tonalidades del color que existe en el Cosmos infinito.

Entonces la gente usaba en su lenguaje 300 consonantes y 51 vocales; es decir, poseían un lenguaje riquísimo. La laringe no se había degenerado, el poder hablativo no se había deterio­rado. No solamente podían escribir esas 300 consonantes y 51 vocales, sino que además tenían la capacidad para articularlas. Era otra gente ¿verdad?

Estaban provistos de una fuerza terrible. Recordemos lo que nos cuenta Homero en su «Odisea» sobre el famoso Cíclope aquel, que levantaba enormes rocas con sus manos como si fueran pequeños guijarros.

Ese ojo de los lacértidos, ese ojo ciclópeo no es otro sino la facultad de las glándula clarividente, la pineal.

Parlaban en el idioma universal, el idioma cósmico, divinal. Todavía no habían apareci­do todos estos idiomas de la Tierra. Se hablaba un lenguaje único. Entonces, las criaturas del fuego, del aire, de las aguas, de la tierra se entendían con la humanidad. Eran otras gentes.

Los templos de la Lemuria fueron portentosos. Allí se cultivaron los grandes misterios. Los Lemures tuvieron naves que les permitieron viajar a otros mundos del espacio infinito. Sa­bían extraer la energía atómica, no solamente del uranio, sino de muchos otros metales y piedras preciosas y hasta de los granos que germinan en la tierra. Así produjeron naves impulsadas por energía nuclear, aviones extraordinarios y hasta, ya dije, llegaron a viajar a otros mundos del espa­cio estrellado.

La civilización lemur fue portentosa, preciosa. Estaba en comunicación con otras humanida­des planetarias. Los ojos no se habían atrofiado. Cuando alguien miraba al espacio estrellado, veía no solamente a las moles planetarias, sino a las humanidades hermanas que los pueblan. Podía percibirse a los genios que conducen a las esferas celestes.

Los hierofantes de los templos percibían en el espacio, no solamente los mundos existentes actualmente, sino los que existieron en pasados días cósmicos, y aquellos que deben existir o que deberán existir en lo futu­ro.

Desafortunadamente, todo pasa. Poco a poco, las fuerzas solares y lunares, actuando sobre las biologías, sobre las psiquis humanas, fueron produciendo lentamente el proceso de separación en sexos opuestos. Algunas criaturas comenzaron a nacer con un sexo más desarrollado que el otro a través de las edades y de los siglos. Y llegó el día en que ya fueron surgiendo por aquí, por allá y acullá criaturas unisexuales, ya hombres, ya mujeres. Así se dividió la humanidad en sexos opuestos. Pero eso fue un proceso muy largo, un proceso que no se realizó en dos ni tres días, se realizó en millares y hasta millones de años.

La humanidad ya dividida en sexos opuestos fue diferente. La parte femenina siguió, como siempre, eliminando un óvulo de su ovario, mas ese óvulo que surgía ya no fue fecundado interiormente. Entonces se necesitó la cooperación sexual para crear y volver nuevamente a crear.

Por aquellos días, los Kumaras trabajaron intensivamente por la humanidad. Los guías de la humanidad conducían a la gente anualmente, en determinadas épocas del año, a través de inmensos territorios, hasta los templos donde debería verificarse la reproducción de la especie. Eran viajes larguísimos. Todavía, como leyenda o como remanente de todo eso, quedó el viaje de “Luna de miel” de los enamorados.

Era en el templo donde se verificaba la reproducción. El acto de la reproducción se conside­raba como un sacramento. Nadie se atrevía, ciertamente, a profanar ese sacramento.

La reproducción se realizaba por kriyashakti (el poder de la voluntad y del yoga). Enton­ces nadie cometía el crimen de derramar el Vaso de Hermes Trismegisto. En cualquier momento, durante la conexión del lingam-yoni, cualquier zoospermo se escapaba para hacer fecunda una matriz, y así es como venían al mundo criaturas perfectas.

No existía dolor en el parto, había felicidad por todas partes, mas llegó el día en que todo cambió. Sucedió que la Tierra estaba inestable, es decir, las capas geológicas de nuestro mundo no poseían una estabilidad permanente. Entonces, cierto Individuo Sagrado, que viniera de otros mun­dos encabezando una altísima comisión, después de considerar el problema, consideró necesario que la humanidad recibiera el abominable Órgano Kundartiguador.

Incuestionablemente, el cuerpo humano es una máquina. Transforma determinados tipos de energía y después los retransmite a las capas interiores de la Tierra. Y si se hace cualquier modifi­cación a esa máquina, los tipos de energías también pasan por dichas modificaciones.

Al darle el abominable Órgano Kundartiguador a la humanidad, el tipo de energía transfor­mado se hizo demasiado lunar y pudo, es obvio, estabilizar la corteza geológica de nuestro mundo.

No fue que el Órgano Kundartiguador se le diera a la humanidad así por que sí, de cualquier manera, no. Aquellos seres inefables, es obvio que debieron entendérselas muy bien con la mónada de cada sujeto y con las mónadas en colectividad, a fin de que las mismas permitieran una mayor libertad al “doble” de cada uno, al Prometeo o Lucifer, a la reflexión logoica dentro de nosotros.

Una vez que el Lucifer pudo actuar con más libertad dentro de cada uno de nos, estimuló, es claro, la actividad sexual. Desafortunadamente, en el ambiente flotaban muchos tenebrosos, esos que hicieron que la humanidad se precipitara definitivamente por el camino de la fornicación.

Así dejaron las gentes de concurrir a los templos para la reproducción. Tomaron el sexo por su cuenta y hasta abusaron de él. Mas, como estaban acostumbrados a combinar rito y sexo, de todas maneras siguieron haciendo tal combinación.

Pero, de las combinaciones equivocadas de rito con tantrismo negro, es decir, de eyacula­ción seminal con rito, el resultado fue que surgió en cada sujeto el abominable Órgano Kundartiguador. El fuego sagrado, en vez de subir, descendió, se precipitó desde el coxis hacia los infiernos atómicos del hombre, y apareció así en cada uno la famosa “cola de simio” con que se representa al Satán bíblico.

Se estabilizó la corteza geológica del mundo, es claro. Desafortunadamente, los resultados fueron nefastos. Cuando se eliminó del organismo humano el abominable Órgano Kundartiguador, quedaron las consecuencias en los cinco cilindros de la máquina humana, y eso fue gravísimo. Esos pésimos resultados consecuentes son los distintos defectos psicológicos que cargamos dentro.

Así fue como vino a quedar en nuestra naturaleza una segunda naturaleza de tipo sumergi­do, animal. Y la conciencia, es obvio, quedó enfrascada en esa segunda naturaleza. Obviamente la humanidad cayó en el error, en la equivocación, en el fracaso, y así está hasta nuestros días.

Por los últimos tiempos de la Lemuria, hubo mucha magia negra. Muchas escuelas se dedi­caron al magismo de la mano izquierda.

Se abusó ... y poco a poco, a través de diez mil años de terremotos, la Lemuria se fue hundiendo entre el fondo del Pacífico.


4ª Raza: Atlantes

Surgió después la Atlántida. A medida que la Lemuria se iba sumergiendo, la Atlántida iba surgiendo. Cierto grupo selecto logró sobrevivir para vivir en la Atlántida. Los atlantes fueron de cuerpo aun más pequeño que el de los Lemures, pero más altos que nosotros; con rela­ción a nosotros eran gigantes.

Poseyeron también una prodigiosa civilización. Construyeron enormes ciudades como Samlios (donde se reunía la élite intelectual de la Atlántida), Toyán (la ciudad de las siete puertas de oro macizo), y muchas otras ciudades.

La civilización atlante fue gigantesca. Construyeron máquinas extraordinarias. Las naves cósmicas descendían constantemente en Samlios, tenían allí aeropuertos especiales. La humani­dad atlante estuvo en comunicación con los dioses.

Se usó también la energía atómica, ya para mover sus carros o para impulsar sus naves aéreas o marítimas. El alumbrado era atómico.

Se llegó a un grado de cultura, al cual ni remotamente hemos llegado nosotros todavía. En materia de mecánica ni siquiera llegamos a los pies a los atlantes. Tuvieron aparatos prodigiosos. En algunos lugares del mundo todavía se conservan en secreto ciertas máquinas at­lantes. No se le entregan a la humanidad porque ésta abusaría de las mismas. Hay que mantenerlas en sitios reservados, solamente las conocen los adeptos.

Desgraciadamente, los atlantes se precipitaron por el camino de la magia negra en los últimos tiempos. Se volvieron hechiceros y fue necesario, pues, que ese continente fuera tragado por las aguas.

Después de la sumersión del continente atlante, se acabaron de degenerar las facultades humanas. La vista ya no alcanza a percibir, ni remotamente, la cantidad de colores que los antiguos percibían. El lenguaje se volvió pobre. Hoy en día ni remotamente podemos pronunciar siquiera 100 consonantes, y los antiguos pronunciaban perfectamente 300 consonantes y 51 voca­les. Nuestro lenguaje se volvió pobre.

Después de la sumersión de la Atlántida, la raza humana se empequeñeció todavía más. Hoy ya nadie es capaz de percibir las causas de los fenómenos naturales que se suceden a nuestro alrededor. El cuerpo humano se degeneró, los sentidos, como les digo, acabaron de atrofiarse.

No ha habido, pues, tal “evolución” en la raza humana. Lo que sí ha habido son gigantescos procesos involutivos. ¡Ésa es la cruda realidad de los hechos!


5ª Raza: Arios

Estamos actualmente en la quinta raza raíz, que es la que puebla la faz de la Tierra. Mar­chamos hacia otro cataclismo inevitablemente. Porque así como los atlantes fueron tragados por las aguas, así, esta gente de ahora, esta tierra de la Raza Aria será destruida por el fuego. El fuego hará la obra.

La tierra antigua fue destruida por el agua, pero esta tierra será destruida por el fuego. Hasta Pedro, el apóstol, dijo: “los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”.

Vamos, pues, hacia una catástrofe inevitable por el fuego. Ya los aztecas dijeron: “Los hijos del quinto Sol, perecerán por el fuego y los terremotos”.

Los hijos del primer Sol fueron la gente de la raza polar, la gente protoplasmática. Los hijos del segundo Sol perecieron arrasados por fuertes huracanes; fueron los hiperbóreos. Los hijos del tercer Sol perecieron por Sol de lluvia de fuego y grandes terremotos; fueron los Lemures. Los hijos del cuarto Sol fueron tragados por las aguas, se convirtieron en peces (los atlantes). Nosotros somos los hijos del quinto Sol, y escrito está que pereceremos “por el fuego y los terremotos”. Así pues, marchamos hacia otra catástrofe inevitable.

Después del gran cataclismo que se avecina, la Tierra pasará por una gran transformación y habrá una sexta raza que será diferente. Digo “diferente” porque será más espiritual.

Actualmente ya se está creando la sexta raza, aunque parezca increíble. Ciertos sujetos, ciertos grupos de gente desaparecen sin saber cómo ni por qué, y es que son llevados a otros mundos. De este planeta se están llevando los extraterrestres lo mejor de la semilla huma­na, y se la llevan para cruzarla con gente de otros planetas.

De manera que, fuera de la Tierra, se está haciendo actualmente la creación de una nueva raza. Después del gran cataclismo que se avecina, los resultados de tal cruce serán puestos sobre la faz de nuestro mundo y surgirá entonces la sexta raza raíz.

Será una raza diferente, los hijos del sexto Sol serán distintos. Así como los hijos del quinto Sol marcan la muerte de los dioses, los hijos del sexto Sol significan la resurrección de los dioses. Volverá a rendirse culto a los dioses. Se abrirán otra vez las escuelas de misterios pública­mente. Surgirán de nuevo las grandes civilizaciones esotéricas, resucitarán a la luz del Sol, todo será distinto. Ésa será la Nueva Jerusalén.

Y por último, habrá una séptima gran raza, que será la última. Así pues, para todo planeta que hay en el espacio, existe un plan.

Samael Aun Weor

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