CURSO DE GNOSIS

B05.- LOS DIVERSOS MUNDOS O REGIONES DEL UNIVERSO. KÁBALA

La Teosofía oriental, así como las diversas escuelas de tipo pseudoesotérico y pseudoocultista, nos hablan de los “planos suprasensibles”. Incuestionablemente, el término planos nos parece ciertamente un poco confuso. Sugiere la idea equivocada de superficie sobre superficie, a modo de escalera.

Debido a esto precisamente, es por lo que nosotros, en nuestra nomenclatura gnóstica, hemos resuelto francamente no usar ese término. Preferimos hablar de regiones o mundos superiores, ubicados en distintas dimensiones de la Naturaleza y del Cosmos. Así se hace más inteligible, más claro el conocimiento.

El mundo físico tridimencional de Euclides no es todo. Por encima y por debajo existen otras regiones del Universo. Es incuestionable que encima de la región tridimensional de Euclides tenemos las dimensiones superiores. Es indubitable que por debajo de la citada región tridimensional tenemos las infradimensiones naturales, debidamente ubicadas dentro del organismo planetario en que vivimos.

Si examinamos cuidadosamente el mundo físico que nos rodea, veremos múltiples fenómenos de tipo mecánico, bioeléctrico, fisiológico, metabólico, catalítico, químico, calórico, etc., que deben tener, incuestionablemente, un basamento, un fundamento.

Sería completamente absurdo, por ejemplo, suponer que un organismo viviente, formado exclusivamente con moléculas químico-físicas, tenga capacidades para hablar, pensar, sentir y actuar. Si eso fuera así, podríamos construir organismos similares.

Podría objetársenos diciendo que los robots hacen maravillas. No negamos en modo alguno eso, pero obviamente ningún robot podría, por ejemplo, fundar una escuela de pensamiento; ningún robot sería capaz de escribir una obra esotérica trascendental. Yo quisiera saber cuál es el robot que podría escribir una obra tan maravillosa como «La Doctrina Secreta» de Helena Petronila Blavatsky.

Así pues, los robots tienen acción, sí, pero limitada; funcionan de acuerdo con sus límites mecánicos; no podrían por sí mismos actuar o pensar más allá de los límites que se les han fijado.

Así pues, no hemos encontrado, hasta ahora, ni siquiera un “Frankenstein” que pueda imitar a un ser humano, no lo hay. Todo esto nos invita a comprender con entera claridad que el mundo físico tridimensional de Euclides no es todo.

Incuestionablemente, la región químico-física necesita un nexus formativus, un basamento sobre el cual pueda funcionar. Si examinamos cualquier organismo veremos que tiene los procesos de asimilación, eliminación, reproducción, percepción, sensación, calorías, etc. Obviamente, esto nos indica que, más allá de las moléculas meramente químicas, existen estructuras, basamentos que la ciencia oficial desconoce.

Incuestionablemente, sabemos que todos los fenómenos químico-físicos están sostenidos por el cuerpo vital del planeta Tierra. Es, pues, el mundo vital la cuarta coordenada, la cuarta vertical del mundo físico; es el mundo etérico, la zona tetradimensional de este planeta en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestro Ser. Mucho más allá de este mundo vital hay otras regiones, pero examinemos bien el mundo vital.

Incuestionablemente, nuestra Tierra tiene su doble, su duplicado exacto, su principio de vida, y éste es el cuerpo vital. En el organismo humano, como en cualquier otro organismo animal, existen cuatro modalidades del éter. La una la podríamos denominar perfectamente “éter químico”, que es aquél que se relaciona con los procesos de asimilación y de eliminación orgánica. Un segundo sería el “éter de vida”, que está relacionado con los procesos de reproducción. Un tercero es el “éter lumínico”, que permite a todos los organismos las percepciones sensoriales externas, así como el desarrollo de calorías. Y hay un cuarto principio vital, el “éter reflector”, relacionado con la imaginación y la voluntad de todas las criaturas.

Si vemos una flor, podemos admirar en ella no solamente las formas geométricas y sus pétalos maravillosos, sino también su colorido. Indubitablemente, esos coloridos naturales se relacionan íntimamente con el éter lumínico de la creación.

El ojo del águila asombra por su agudeza. Bien sabido es que percibe desde las nubes a cualquier ave, a cualquier reptil, y que se precipita de inmediato para cazarlo. Ése es su alimento, claro está, pero ese ojo del águila nos está señalando el éter lumínico. No sería posible que existiesen percepciones sin el éter lumínico.

Admiramos la fuerza de la voluntad de los grandes genios, y esto se relaciona con el éter reflector. Luz, calor, color y sonido pueden cristalizar en toda la creación mediante los cuatro éteres universales.

Cuando el esoterista, con sus éteres lumínico y reflector completamente absorbidos en su cuerpo astral, visita esas zonas, dijéramos, edénicas o paradisíacas del mundo etérico, descubre verdaderas maravillas, verdaderas bellezas. Las montañas allí se tornan transparentes como el cristal, se vuelven azules, inefables. Allí también encontramos a los templos de la Naturaleza.

Todas las criaturas del reino animal están organizadas. Las esencias, dijéramos, que se reincorporan incesantemente en los distintos organismos animales se llaman “elementales”. Éstos concurren a sus templos secretos, que están situados en el “paraíso”, es decir, en la cuarta vertical.

Los elementales de las plantas, pues cada planta tiene el propio, están organizados en familias. Una es, por ejemplo, la familia de los naranjales, otra la de la hierbabuena de menta, otra la de los pinos, y todas esas familias vegetales tienen sus templos en el mundo etérico; allí son instruidas por los devas. Tales criaturas aspiran a convertirse, un día, en seres humanos.

En el Edén, es decir, en el mundo etérico, en el Jardín de las Hespérides (como dijera Don Mario Roso de Luna, el insigne escritor Español), en la tierra prometida de Moisés, donde “los ríos de agua pura de vida manan leche y miel”, existen bellezas realmente incalculables.

Uno se queda extasiado cuando contempla a los gnomos entre las rocas, a esas pequeñas criaturas citadas por Felipe Teofrasto Bombasto de Hohenheim (Aureola Paracelso).

Uno se siente anonadado cuando ve en las llamas a las salamandras. Esas criaturas, que parecen pequeñas lagartijas caseras, animan realmente el elemento fuego.

No puede uno menos que conmoverse cuando contempla a los silfos juguetones del mundo etérico, dando formas caprichosas a las nubes.

No puede uno menos que extasiarse, realmente, al ver a las nereidas del inmenso mar, construyendo sus palacios en el fondo de los mares. Se nos ha dicho que, cuando una de ellas se enamora de un ser humano, lo lleva, pues, a su habitáculo, allá en el fondo submarino, que forma hogar con él. Es obvio que el humano desencarna, pues se ha casado con una nereida.

En el mundo etérico encontramos criaturas insignificantes, pero de un poder inmenso. Hay ciertos “animálculos” de tales regiones que basta tocarles con el filo de la espada flamígera para que se desate una tempestad, o bien para que cese o concluya. Otros hay que tienen poder sobre los volcanes en erupción.

En el mundo etérico trabajan los ángeles de la vida. Aquellos que tienen la misión grandiosa de dotar con un cuerpo vital a todo ser humano que retorna, o que regresa, o que se reincorpora. Tales devas, obviamente, tienen poder sobre las aguas amnióticas y en general sobre toda materia.

Más allá del mundo vital tenemos nosotros el mundo astral. Uno se admira cuando contempla tal región. La luz astral es el “azoe” y la “magnesia” de los antiguos alquimistas; es el “dragón volador” de Medea; el “INRI” de los cristianos; el “Tarot” de los Bohemios; es el fuego desprendido del nimbo del Sol y fijado en la Tierra por la fuerza de la gravedad y el peso de la atmósfera.

Uno se asombra cuando contempla la inmensa región del mundo astral. Los teósofos la denominan kamaloka. Ciertamente tiene siete regiones que los teósofos denominan subplanos. Nosotros sinceramente decimos que tal mundo posee siete tonalidades, pues, como ya dije, el término planos o subplanos lo hemos descartado de nuestro léxico gnóstico.

En el mundo astral encontramos dos secciones perfectamente definidas. A la una le podríamos decir astral superior y la otra, como dicen los indostanes, el kamaloka inferior.

En el mundo astral encontramos a las almas de los muertos, a los fallecidos, a aquellos que ya dejaron su envoltura corpórea.

Allí encontramos también a los devas de la Naturaleza. En el mundo astral podemos invocar a los dioses creadores del Universo y ellos vendrán a nuestro llamado. En el mundo astral existen muchos templos de misterios. En ellos se reúnen los maestros de la Fraternidad Universal Blanca. Nosotros tenemos métodos y medios para entrar en ese mundo a voluntad.

No hay cosa que no tenga su contraparte astral, y hasta el mismo planeta Tierra tiene su contraparte en el mundo del astral.

Mucho más allá del mundo astral, tenemos el mundo de la mente cósmica. Aseguran los teósofos que esa región es el devachán, que allí, después de la muerte, los desencarnados pasan una época feliz antes de regresar.

Nosotros enfatizamos la idea de que, si bien es cierto que la parte superior del mundo mental es extraordinariamente bella, no por eso todos los seres humanos tienen acceso a esa parte superior. Lo normal es que retornen, que regresen sin haber gozado de las delicias del devachán.

Allí encontramos muchos templos donde están descritas las obras de Hermes Trismegisto, donde se citan sus milagros y maravillas y grandes hechos, etc.

Más allá del mundo de la mente está el mundo causal. Así se le llama, porque allí las causas y los efectos se procesan incesantemente dentro de un eterno ahora, dentro de un eterno presente.

Aseguran los distintos autores de Teosofía oriental que después de la muerte, la mayor parte de los seres humanos ingresan al mundo causal. Tal concepto está equivocado, porque, si bien es difícil ingresar siquiera al mundo mental superior, mucho menos al causal.

Tal mundo es de un color azul intenso profundo, extraordinario. El cuerpo causal resplandece maravillosamente. Las montañas se ven teñidas allí de un azul inefable. Es un mundo de causas y efectos. Allí vemos el karma en acción, allí vemos cómo cada causa tiene sus efectos, cómo cada efecto tiene su causa y cómo es el proceso de causas y efectos dentro del instante eterno de la vida. Es el mundo causal un mundo, dijéramos, de oleajes, de acciones y consecuencias; allí los Principados manejan el karma con gran sabiduría.

Y dejando esa región pasaríamos al mundo búdhico o intuicional. El cuerpo búdhico o intuicional del Universo es grandioso, sublime; abarca todo el sistema solar y mucho más. Se dice “intuicional” porque allí somos poderosamente intuitivos. Es por medio de la intuición cómo se puede aprender en esa región el conocimiento trascendental, divinal.

Tras de eso, en el fondo, está Atman el Inefable. El mundo de Atman, obviamente, es un mundo de extraordinaria belleza.

Más allá del mundo de Atman, mucho más allá, encontramos el nirvana. El nirvana es la región de la suprema felicidad. En el nirvana se desarrolla la vida libre en su movimiento, dentro de un instante eterno, dentro de un eterno presente, dentro de un eterno ahora. Los habitantes del nirvana son infinitamente dichosos, están más allá del bien y del mal.

Existen nirvanis con residuos y nirvanis sin residuos. ¿Qué se entiende por nirvanis con residuos? Entiéndase por nirvanis con residuos aquellos que todavía tienen algunos elementos del ego. No es que penetren en el nirvana con el ego, pero dejan aquí, en el mundo sensible, elementos del ego, elementos que no han disuelto.

¿Y qué se entiende por nirvanis sin residuos? Son aquéllos que ya disolvieron absolutamente todo elemento indeseable, que no tienen nada subjetivo, que no han dejado en este mundo ningún agregado psíquico inhumano, que están, dijéramos, bien muertos.

Mas el nirvana no es todo. Más allá del nirvana está el mundo del paranirvana, donde la dicha aumenta en forma extraordinaria, y mucho más allá del paranirvana está el mahaparanirvana, y al fin, entramos en el mundo ádico, y por último, en el monádico.

¿Cuál es el mundo monádico? El mundo del Tercer Logos, la región inefable y extraordinaria donde Shiva, el Tercer Logos, vive y palpita.

Cada uno de nosotros, en esa región, tiene su Shiva particular, divinal, a su Rey, que un día debe traer aquí a la existencia sensible, que un día debe incorporarse en sus organismos, que un día debe recubrirse con su presencia.

Existen regiones aún superiores, como las del Cristo Cósmico y las del Padre.

Bien, hermanos, esto que grosso modo citamos, está descrito en muchos volúmenes de tipo teosofista, pseudo-rosacrucista, etc. Nosotros vamos a estudiar esto, pero en una forma más detallada y a la luz de la kábala hebraica.

Tenemos que comprender, mis caros hermanos, que tras de todo este escenario universal, tras de toda esta serie de mundos que hemos descrito grosso modo, está la Seidad Incognoscible, ante la cual todos, hombres y dioses, se prosternan con gran humildad. Si preguntáramos a cualquier adepto de la Fraternidad Universal Blanca algo sobre sí mismo, diría: “Estoy tan sólo en las orillas de un mar vastísimo y grandioso”.

La kábala hebraica nos habla de las “emanaciones sephiróticas”. Nosotros hemos hablado de diversas regiones o mundos, pero ¿de dónde surgieron estos mundos, que no son otra cosa sino los mismos sephirotes? ¿Cómo vinieron a la existencia?. De ESO, del ABSOLUTO emanan los sephirotes. ¿De qué hemos hablado al citar las diversas regiones universales? De lo mismo, de los sephirotes. Esto quiere decir que mundos suprasensibles y sephirotes son lo mismo.

Del mundo del Absoluto emanan los sephirotes. Se nos ha dicho que lo primero que emana es Kether, el Anciano de los Días, pero nosotros debemos comprender qué es ese Anciano, qué es ese Gran Rostro. La kábala hebraica nos dice que es “lo Oculto de lo oculto, la Misericordia de las misericordias, la Bondad de las bondades. Incuestionablemente Jesús lo especificó con una frase que es Abba (Padre). Ciertamente, es nuestro Padre que está en secreto y “hay tantos Padres en el cielo cuantos hombres en la tierra”... (dice la gran maestra Helena Petronila Blavatsky). Y así es; cada uno de nosotros tiene su Padre que está en secreto, su Padre que está en los cielos, Kether, el Viejo de todas las edades, el Anciano de los Días, el Gran Rostro. En Él están contenidos todos los demás sephirotes.

En la aurora de la vida solamente existe el Anciano de los Días, pero de Él emana todo lo demás; de Él emanan todos los otros sephirotes, mundos o regiones que vienen a la manifestación.

De Él emana, en segundo lugar, Chokmah, el Cristo. Pero no se piense en el Cristo como en un sujeto que exclusivamente vivió en la Tierra Santa, no. El Cristo es algo más grande. Cristo es un principio universal y eterno que existe más allá del yo, más allá de la personalidad, mucho más allá de la individualidad.

Así pues, lo primero que surge a la manifestación, lo primero que viene a la existencia es el Anciano de los Días. Él se desdobla en el Cristo, pero no es Cristo un individuo, no. Es un principio universal que se manifestará en todo hombre que esté debidamente preparado.

Es necesario que ustedes lo sepan entender. No estamos tratando de subestimar al gran maestro Jeshuá Ben Pandirá, a Jesús de Nazareth, no. Ya sabemos que ese gran maestro es perfecto, que se educó (como todo el mundo lo sabe) en Egipto. También es cierto que fue iniciado en los misterios de Caldea, de Persia, de Grecia y que lo mejor de sus principios esotéricos lo adquirió en el Tíbet. Todavía hay un monasterio allí, donde se le rinde culto; todo eso lo sabemos. Cuando vino a la Tierra Santa estaba debidamente preparado.

Pero el Cristo cósmico no se expresa solamente a través de Jeshuá Ben Pandirá. El Cristo cósmico también se expresó, vivamente, en Juan el Bautista. Por eso es que se decía de Juan que era un Christus. Nadie ignora que hubo disputas entre los mismos gnósticos de la Tierra Santa. Algunos afirmaban que Jesús de Nazareth había sido tan sólo uno de aquellos que había resuelto seguir a Juan, y que el verdadero ungido era Juan. La realidad es que tanto Juan como Jesús, ambos tenían al Cristo encarnado.

Tiempo atrás fue Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot, aquel que encarnara al Cristo. En la India fue Krishna la viva manifestación del Chrestos cósmico. Entre los Incas del Perú fue Manco Cápac el Cristo cósmico encarnado; y aquí (en Méjico) tuvimos a Quetzalcóatl, el Cristo viviente, manifiesto en un hombre.

Así pues, el Señor, el Cristo, se manifiesta donde quiera exista un hombre debidamente preparado. Es el Cristo un principio universal. Es el Vishnú de esa tierra sagrada del Indostán. Es el Osiris de los egipcios, el Dios-Sol de los antiguos pueblos, el Ahuramazda de Zaratustra, etc.

LA región del Cristo es la unidad, es la región de Chokmah. En esa región todos somos uno. Allí la diversidad es unidad.

Cuando quise estudiar a Juan, hube de pasar una sorpresa extraordinaria. Cuando también quise estudiar al Cristo cósmico, también fui, dijéramos, anonadado con lo que aprendí.

Me vienen en estos instantes a la memoria recuerdos insólitos. Cierto día, estando en profunda meditación, entré en el estado que podríamos denominar nirvikalpa-samadhi. Entonces abandoné todos los vehículos y penetré en el mundo del Chrestos, de Vishnu, más allá de la individualidad, de la personalidad y del yo.

Intenté investigar la vida de Jesús, el instante de su bautizo, y algo extraño me sucede. A mí, que soy, dijéramos, una criatura tan imperfecta como cualquier otra, me acaece el hecho (inaudito por cierto) de verme convertido en un Jesús, haciendo milagros y maravillas.

Cuando llegué al Jordán, me aguardaba precisamente Juan. Él estaba ataviado con sus vestiduras sagradas de gran sacerdote. A él lo hallé en el fondo del santuario. Me invitó a entrar y así lo hice, y junto al altar exclamó diciendo: “¡Jesús, quítate tus vestiduras!”.

Así lo hice, dejando cubierto mi cuerpo únicamente por un “braguero” o cíngulo de castidad. Luego, en el interior de una fuente, vino el Bautista; sacó él, de dentro de un mueble, aquél aceite sagrado con el que se unge a los iniciados y fui bautizado. Luego me ordenó sentarme en un sillón y entonces vi el símbolo de los tres Logos (Brahma, Vishnú y Shiva) resplandeciendo glorioso en el espacio infinito.

Cuando el samadhi pasó, cuando retorné otra vez a la forma humana, exclamé: “¿Pero yo? ¿yo convertido en un Jesús? ¿Yo, que no soy ni siquiera digno de desatar las sandalias del Maestro, ni siquiera de limpiar el polvo de su calzado, y convertido en Jesús? ¿Cómo puede ser posible eso?”. Entonces dije: “Voy a investigar ahora a Juan; ahora no será a Jesús al que voy a investigar, sino a Juan”.

Entré nuevamente en estado de éxtasis o meditación. Abandoné todos los vehículos y quedé en el mundo del Chrestos. En esa región intenté entonces investigar a Juan. Al hacerlo, el panorama cambió, y ya no me vi convertido en Jesús de Nazareth, sino en un Juan. El mismo papel se representó, pero está vez a la inversa. Entonces yo, Juan, hablé a Jesús diciendo: “¡Quítate tus vestiduras, voy a bautizarte!”. Saqué el aceite de donde estaba guardado y lo ungí.

Al volver al cuerpo físico después del samadhi, lo entendí todo. Sucede que en el mundo del Chrestos no existe la personalidad, ni la individualidad, ni el yo. Allí todos somos uno, allí somos el Cristo, allí somos el Budha, allí somos Mahoma, allí somos todo.

Si, en vez de tratar de investigar yo en esas regiones al Cristo o a Juan, hubiera tratado de investigar a cualquiera de ustedes que están aquí escuchándome, me hubiera visto convertido en cualquiera de ustedes, me hubiera sentido siendo uno de ustedes, hubiera hecho lo que ustedes han hecho, hubiera dicho lo que ustedes dirían, etc.

Allí no hay personalidad, allí todos somos uno. Por eso se ha dicho que la variedad es unidad. Chokmah, pues, es el mundo del Cristo.

La tercera emanación es Binah, el Espíritu Santo. Los kabalistas aseguran que Chokmah es masculino y que Binah es femenino. Tal aseveración resulta un poco equivocada, porque ciertamente Binah puede polarizarse en forma masculina o femenina.

En la región de Binah hallamos nosotros, pues, al Tercer Logos, al Shiva particular de cualquiera de nosotros, a nuestro auténtico Ser Real. Por eso se ha dicho y se dice siempre que Shiva es el Primogénito de la Creación.

Él se desdobla a sí mismo en la Divina Madre Kundalini. Esto es lo que hace pensar a muchos kabalistas que Binah es femenino. Pero no, él es masculino y es femenino. En su forma masculina es Shiva y en su forma femenina es Durga o Kali, la Shakti potencial del Universo. Y cada uno de nosotros tiene su Shiva particular y su Shakti o Divina Madre especial, individual.

Así pues, hermanos, los tres sephirotes superiores son: El del Padre muy amado, el del Hijo muy adorado y el del Espíritu Santo muy fuerte, muy sabio.

Mucho se discute en relación con las cualidades de cada uno de ellos. La experiencia me ha enseñado que el Padre es sabiduría, que el Hijo es amor y que en el Espíritu Santo hay poder (sin descartar, claro está, también la sapiencia). Esos tres supremos forman la gran corona sephirótica, pero todo deviene del Anciano de los Días, del Padre que está en secreto.

Obviamente, esas tres regiones superiores constituyen el Atziluth kabalístico, el mundo de los esplendores, donde la felicidad es extraordinaria, más allá del bien y del mal.

Mas, de esa corona sephirótica emana a su vez, deviene por manifestación Chesed, que no es sino el Atman, el Íntimo, la región de Atman el Inefable.

En esa región hay dicha incalculable. Atman en nosotros es el Íntimo, y el testamento de la sabiduría antigua ha dicho: “Antes de que la falsa aurora apareciera sobre la Tierra, aquellos que sobrevivieron al huracán y a la tormenta alabaron al Íntimo y a ellos se les aparecieron los heraldos de la aurora”.

El Íntimo es poderoso. En la región de Atman se conoce la cruda realidad del mundo. Aquí en este mundo físico, vemos por ejemplo ese ara, sobre la cual están esos libros. En el mundo etérico podemos encontrar la contraparte de ese ara. En el mundo astral vemos ese ara aún, todavía ahí luce un poco más, pero ahí está. En el mundo mental podemos conocer hasta el contenido de esos libros. En el causal vamos más lejos, podemos conocer la parte anímica de esos libros. En el mundo búdhico o intuicional vemos el ara y los libros, sí; instantáneamente por intuición conocemos su honda significación. Pero en el mundo de Atman todo queda reducido a números, a matemáticas. Allí sabemos cuántos átomos tiene ese ara; allí conoceremos los átomos de la sabiduría que tipifican a cada una de las palabras que están escritas en esas obras; y que, por último, todo queda reducido allí a números.

Es pues, el mundo de Atman, un mundo de un realismo espantoso. Cuando uno antes no ha penetrado en el mundo de Atman, se siente allí como en un mundo extraño, vago, divino; algo que no puede describir, un no sé qué; pero realmente se sorprende uno cuando, por vez primera, entra conscientemente en tal región, porque se encuentra con el más crudo realismo.

Allí encuentra no solamente, dijéramos, a este templo tal como lo vemos, sino que sabemos con exactitud qué cantidad de átomos existen en este templo. Y no solamente eso, sino qué calidad; y todo lo sintetizamos en las matemáticas. Es, pues, un mundo de una realidad espantosa.

Si en el vehículo átmico se nos antojara adentrarnos dentro de una cocina de cualquier casa, no solamente veríamos los alimentos, sino que sabríamos exactamente qué cantidad de átomos tiene cada alimento, qué vitaminas, qué principios, cuál es el grado de conciencia de cada molécula, qué elementales y cuál su adelanto, etc.

Un desdoblamiento mayor de Atman lo encontramos en el mundo búdhico o intuicional. Para nosotros, los varones, es una gran dicha encontrar allí, por ejemplo, a nuestra walkiria, a la Sulamita de Salomón, a esa alma femenina, divinal, a la Bella Helena de Troya. Igual que las mujeres. Ellas hallarán allí al bianamado, a su Salomón, al Esposo Eterno. Así pues, es en el mundo búdhico o intuicional donde encuentra uno su verdadera consorte, es una región de extraordinarios esplendores.

Dicen los kabalistas que Geburah es el rigor y que está gobernado por Marte. A Atman le han colocado siempre como planeta a Júpiter, el padre de los dioses. Eso dicen los kabalistas, pero yo sé que Atman está gobernado por Marte guerrero, porque él tiene que pelear por la liberación. Y en cuanto al Budhi, a Geburah, se le ha querido siempre acomodar a Marte.

Se quejaba por ahí cierto kabalista, cuyo nombre no menciono, de que al intentar él concentrarse para meditar en Geburah-Marte, no lo había logrado; que había triunfado él, sí, cuando quiso concentrase en Yesod, pero no en Geburah-Marte. Claro, ¿cómo podría haber triunfado? Imposible, ¿verdad? ¿No ven que él se concentró en Geburah-Marte y eso resulta absurdo? Porque la región de Geburah es el mundo búdhico o intuicional, donde tenemos nuestra walkiria y las mujeres su bienamado, y no está gobernado por Marte, sino por el Sol.

Pero cuando no hay una experiencia directa con estos sephirotes, entonces apelan los kabalistas a cuestiones puramente intelectivas y fallan. El esquema frío no es suficiente; se necesita de la experimentación.

Estoy hablándoles a ustedes basado en la experiencia, porque en el sephirote Geburah, si bien es cierto que existe el león de la ley, no es menos cierto que hallamos la misericordia, el amor. Con justa razón Salomón cantó en «El Cantar de los Cantares» a su bella Sulamita.

Es el mundo búdhico o intuicional un mundo donde sentimos realmente la unidad de la vida, donde nosotros comulgamos, dijéramos, con todo el sistema solar de Ors.

Si continuamos, por desdoblamiento Geburah se desdobla en Tiphereth. Este Tiphereth no es otra cosa sino el mundo causal, un mundo donde todo fluye y refluye, sube y baja, crece y decrece. En esa región existe un sístole y un diástole, el sístole y el diástole universal, y todos los sístoles y diástoles de este gran Universo. En el mundo causal los Principados trabajan intensivamente; allí vemos a los arcontes de la ley. Es un mundo, repito, donde las causas y efectos se enlazan dentro de un eterno ahora, dentro de un eterno presente.

Se ha dicho con entera claridad, que el alma humana (Tiphereth) es crística completamente, y que es en Tiphereth donde venimos a eliminar hasta los últimos elementos del yo. Así es, porque allí acabamos con las causas mismas del ego, del mí mismo, del sí mismo. ¿En dónde más podríamos nosotros terminar con esas causas que originaron los distintos yoes que tenemos dentro? Obviamente en el mundo de las causas naturales, en Tiphereth. El alma humana allí, en esas regiones, ama y es amada. El alma humana tiene que desposarse con su consorte en el mundo búdhico o intuicional.

Es Tiphereth el Salvador, porque si tomamos nosotros a la tríada sephirótica superior, a la gran corona de Kether, Chokmah y Binah, tenemos en síntesis al Padre único, indivisible, integral; pero el segundo triángulo, el de Atman-Budhi-Manas, o para hablar más en forma kabalística, Chesed, Geburah y Tiphereth, viene a ser el Hijo en nosotros. Por eso fue que cuando Felipe le dijo a Jesús “muéstranos al Padre”, el gran Maestro le respondió: “El que ha visto al Hijo, ha visto al Padre”, y así es.

Cuando yo estuve trabajando intensivamente en el mundo de Tiphereth, una vez que concluí un trabajo esotérico especial, Chokmah entró en mí como alma humana y me sentí transformado. ¿Quién no ha de sentirse transformado cuando el Chrestos penetra en su interior? Pero curioso es que, precisamente en Tiphereth, en el mundo del Salvador, fue donde pude evidenciar esa realidad.

Al primer triángulo se le ha denominado siempre la corona sephirótica o el triángulo logoico, pero al segundo se le dice siempre el triángulo del Hijo o triángulo ético, porque allí nosotros sabemos lo que es el bien y el mal.

Viene después el tercer triángulo, el mágico. Tiphereth se desdobla a su vez en Netzach, que es el mundo de la mente y éste se desdobla también en Hod.

En la mente universal hay de todo, porque si bien es cierto que en la mente inferior vemos nosotros la contraparte o la forma mental, dijéramos, de toda esta civilización caduca y perversa, no es menos cierto que en la parte superior del mundo mental (el citado devachán de la teosofía oriental), hallamos la mente pura.

Pero hay que hacer un gran trabajo en el fondo de Netzach. En el mundo de la mente hay que eliminar de nuestro entendimiento toda partícula indigna, todo elemento inhumano, toda perversidad.

Con justa razón Helena Petronila Blavatsky, en su gran obra titulada «La Voz del Silencio», exclama: “Antes de que la llama de oro pueda arder con luz serena, la lámpara debe estar bien cuidada, al abrigo de todo viento. Los pensamientos terrenales deben caer muertos a las puertas del templo”.

Por esto, ustedes podrán ir comprendiendo ¿cómo podría brillar el fuego del espíritu en nuestro interior, si la mente está llena de polvareda cósmica? Es urgente e inaplazable purificar el entendimiento. En el mundo de Netzach comprendemos cuánto hemos de trabajar para poder llegar verdaderamente a la iluminación. A Netzach se le llama el mundo de la victoria. ¿Por qué? Porque tiene uno que triunfar y liberarse de la mente, alcanzar la victoria; y eso es lo más difícil: alcanzarla.

En el camino secreto, aquél que ha trabajado en los augustos misterios que yacen escondidos en el arca de todas las edades, es advertido a la vera del camino cientos de veces: “Hasta aquí habéis llegado bien, pero ahora que vais a trabajar con la mente, recuerda que todos aquellos que lo han intentado han fracasado”. Raros son aquellos que no han fracasado, porque la mente es realmente perversa, peligrosa.

Ustedes se explicarán ahora por qué es difícil la liberación. También pueden entender cuál es el motivo por el cual al mundo de Netzach se le denomina victoria, el mundo de la victoria. Es claro que si logramos salir victoriosos sobre la mente, hemos triunfado. El que logre libertarse de la mente es un victorioso, es un budha.

En el mundo de la mente hay templos extraordinarios. Allí vemos la contraparte de los mares profundos y de los continentes. Con el cuerpo mental podemos viajar por todo el sistema solar.

En tal vehículo las melodías del devachán resuenan milagrosamente, como un arpa de maravillas en el espacio infinito. Los templos de Hermes, con sus puertas de gloria, resplandecen entre el fuego de todo el Universo. Es ahí donde podemos enterarnos de todas las grandes obras que ese maestro ha hecho.

Netzach, a su vez, se desdobla en el mundo de Hod de los Kabalistas, en el mundo astral. Obviamente, la región inferior de Hod es el kamaloka inferior de que hablan los hindúes. En la región superior encontramos a muchos mahatmas, a muchos ángeles esplendorosos y felices. En la sección inferior podemos encontrarnos a todos los aquelarres de la Edad Media, a todos los templos de la magia negra, a las almas en pena, a las criaturas sufrientes, a todos los que gimen y lloran, y también a todos los perversos.

Un ulterior desdoblamiento nos muestra a Yesod, el mundo etérico, donde está el depósito de las fuerzas sexuales universales. Esta piedra cúbica de Yesod es el sexo. Incuestionablemente, la región de Yesod es el mundo etérico. Así, pues, Netzach, Hod y Yesod constituyen el triángulo mágico.

Nos encontramos aquí, en el mundo físico, en el sephirote caído, en Malkuth. Aquí estamos estudiando, preparándonos, trabajando; pero Malkuth no es solamente el mundo físico. Recordemos que en el interior de la Tierra, en las infradimensiones, están los kliphos y éstos son de Malkuth.

Existen nueve infradimensiones, sabiamente simbolizadas por el Dante en «La Divina Comedia». En esas nueve infradimensiones involucionan distintos seres humanos. Muchos entran al reino de los kliphos, por su exagerada perversidad, antes de haber concluido su ciclo de manifestación; mas hay otros que entran al reino de los kliphos porque su tiempo se ha vencido.

Se nos ha dicho, y es verdad, que a cada uno de nos se le asignan 108 existencias; que, realizado o cumplido el ciclo de manifestación, descendemos en el mundo de los kliphos, aunque no seamos malos ni perversos.

Conozco por ahí a alguien, cuyo nombre no menciono, que vive todavía sobre la faz de la tierra, que aún tiene en sus ojos la suave luz del día. Es un buen hijo y estudia medicina; sus padres lo quieren. Hace poco tuvo un accidente de tránsito. Fue arrollado por un automóvil, y fue entonces cuando se me ocurrió investigarle en las regiones del mundo invisible.

Ciertamente lo hallé y, en nombre de la verdad lo digo, no en las zonas superiores del mundo tridimensional, no; sino en el mundo de los kliphos, en la primera esfera que le diríamos sublunar, en el primer círculo dantesco. ¿Cómo —se me diría—, si aún vive? Sí, es cierto, pero llegó a las 108 existencias y, aunque sea un buen hijo, un buen ciudadano, su ciclo de manifestación ha concluido, y, como quiera que en ninguna de sus existencias pasadas hizo nada por su propia autorrealización, la rueda del samsara giró y ahora involuciona en el reino mineral sumergido.

Conozco a otra persona, una dama. Vive todavía sobre la faz de la tierra, pero ya mora en el tercer círculo dantesco. Obviamente, ella abusó de la energía creadora del Tercer Logos y se fue por el camino negro. Cuando desencarne, continuará su vida en esa región, en el tercer círculo. Otra hay que está en el círculo quinto, pero ya desencarnó; y existen criaturas tan perversas que, al dejar el cuerpo, penetran de inmediato en el noveno círculo. ¿Qué diríamos nosotros de esos extorsionadores, de esos asesinos que raptan personas y luego cobran su rescate y hasta las asesinan, tal como leemos en las noticias que la prensa nos ha dado y que sigue dando en todos los países del mundo? Monstruos de esa clase son, incuestionablemente, candidatos para el noveno círculo.

¿Sería posible que a través de sucesivos nacimientos, como lo enfatizan tanto los miembros de las distintas instituciones pseudoesotéricas y pseudoocultistas, evolucionaran las criaturas hasta la liberación final? ¡Obviamente que no! Porque está demostrado, y los hechos lo están diciendo, que en vez de evolucionar hemos involucionado.

Si echan ustedes un vistazo al panorama actual de la humanidad, pueden ustedes advertir esto en esos millones de seres que pueblan la faz de la tierra. ¿Son acaso esas multitudes puras y bellas? ¿Son esos los inocentes de la antigua Arcadia? ¿Son esos aquellos que adoraban al Sol y a los espíritus de la mañana, en las épocas en que nuestra Tierra era hermosa en todo su esplendor? ¿Creen ustedes que estos que viven ahora podrían entrar en el Edén?. ¿Dónde están las perfecciones de todos estos millones de seres? No las hemos encontrado, ¿verdad? ¿Y es eso evolución? Realmente se ha involucionado.

No se en qué se afianzan los fanáticos del dogma de la evolución para asegurar que todo está progresando, si el ser humano ha perdido todo. Sus sentidos se les degeneraron, se volvió monstruoso, horrible. No estamos en los tiempos aquellos en que los ríos de agua pura de vida manaban leche y miel. Estos no son los momentos en que la lira de Orfeo resuena en todos los ámbitos de Universo. Estos no son los instantes en que le rindamos culto a los dioses santos. Vemos, por las calles, gentes aparentemente muy inocentes, como las del jardín del Edén. ¡Qué ingenuas! ¿verdad? Y se llevan de la mano ¡con qué cariño!, con una inocencia aparente; pero si vamos a ver el fondo de eso, ¡qué fornicaciones, qué perversidades!. Así pues, el dogma de la evolución resulta falso. Asegurar que todos estamos evolucionando hasta ser dioses, es mentira, porque los hechos están demostrando lo contrario.

¿Dónde están, en estos instantes, las pirámides con sus grandiosos misterios? Sí, ahí están en Teotihuacán, muertas y frías. ¿Dónde están las pirámides de Egipto con sus hierofantes? Ahí están esas moles de piedra, asoleadas, soportando el peso de los siglos; pero sus hierofantes ¿qué se hicieron? Ahora andan por ahí, deambulando, caídos, metidos en el lodo de la tierra.

En días pasados hube de hacer una preciosa investigación que me ha dejado perplejo. Mucho hemos hablado aquí sobre Santiago, el bendito patrón de la Gran Obra. La epístola universal del gran apóstol está ahí, sigue en pie, pero algo hubo que me dejó perplejo. Me fui a los mundos de conciencia cósmica, y en esa región del sephirote Hod quise saber algo. Descubrí que en una de sus existencias anteriores había sido nada menos que uno de esos famosos Huiracochas, pero vean qué distinto. El Santiago aquél de la Tierra Santa aparece en España, y mucho más tarde en otra parte. Era un inmortal, eso es obvio. Pero, si todo hubiera quedado ahí, no habría nada de qué sorprenderse. Lo grave no estuvo en eso, sino que cayó y perdió también la inmortalidad de su vehículo. Pero, ¿caerse el bendito patrón de la Gran Obra? ¡Imposible! diríamos; pero se cayó y ahora vive por aquí. En estos momentos está en el Brasil, dentro de nuestro Movimiento Gnóstico, y está trabajando por la humanidad, se está esforzando, sí, por redimirse otra vez. Pero ya ven ustedes ¡Los inmortales también se caen!. En general, mis caros hermanos, todo por esta época es tinieblas profundas: ángeles caídos, santuarios profanados, iniciados vencidos, dolor, amargura.

¿Podría decirse que esto es evolución? ¡No! Si hasta los grandes se han caído ¿qué se diría de aquéllos que no han llegado jamás a hierofantes ni nada por el estilo? ¿Qué se dirá de todas esas multitudes, de todo ese abigarrado conjunto de personas que van y vienen por estas calles de Dios? Cumplen su destino, terminan su ciclo de manifestación y van a los mundos de los kliphos para el bien de ellos y para el bien de todos.

Mas ¿qué suerte nos aguardaría si no se hundieran para siempre los perdidos en el mundo de los kliphos? Imagínense ustedes si no hubiera un principio superior, si una fuerza natural no desintegrara el sí mismo, el yo. Si se le permitiera crecer ¿a dónde se llegaría? Afortunadamente la rueda gira incesantemente y, cuando uno no se ha autorrealizado, desciende entre las entrañas de la Tierra para su bien, porque en última instancia lo que quiere la divinidad es nuestro bien. Al descender a tales regiones sufrimos, es verdad, pero después de la muerte segunda, salimos de allí puros, inocentes y hermosos para entrar en el Paraíso; sí, en los paraísos elementales del mundo de Yesod, del mundo etérico, para reiniciar una nueva jornada como simples elementales, como gnomos del reino mineral.

¡Qué preciosos paraísos los de esas regiones de la Naturaleza! ¡Cuán bello es penetrar en los paraísos del mundo vegetal, donde hay bellezas inconcebibles! Y después continuar como seres vegetales y animales, y por último reconquistar el estado de humanos puros, inocentes, con posibilidades maravillosas.

De manera que, a pesar de que hay dolor en esas regiones, es para liberarnos, es para nuestro bien. La misericordia divina es grandiosa y todo mal, por grande que sea, tiene su castigo; pero todo castigo, a su vez, tiene su límite, es decir, nadie puede pagar más de lo que debe. Por muy grave que sea el delito, su castigo tiene un límite. Así pues, esta humanidad, aunque ha sido perversa, indubitablemente su castigo tendrá un límite. Se desintegrará con la muerte segunda entre las entrañas de la Tierra y, al fin, las esencias libres continuarán en nuevos procesos evolutivos grandiosos, armoniosos. Hay que ir entendiendo todo esto, mis caros hermanos, haciéndonos conscientes de lo que son los sephirotes, de lo que son los kliphos, de lo que es la evolución, de lo que es la involución.

Quien verdaderamente intente pasar más allá de todos estos procesos evolutivos e involutivos de los sephirotes, debe meterse por la senda del medio, por el óctuple sendero, por el camino angosto que nos lleva a la liberación final, porque los sephirotes tienen evolución e involución.

En principio todo está dentro del Logos, dentro del Anciano de los Días en el mundo de Atziluth. El Logos maneja todo directamente, pero cuando el Logos se desdobla en todos esos sephirotes, cuando emana todos esos sephirotes, todo cambia porque caen en el mundo de la manifestación, hasta caer en el mundo físico.

Pero ¿qué es el mundo de Atziluth? El mundo de Atziluth es el mundo de los esplendores, el mundo de la corona sephirótica, el mundo de la gran felicidad.

¿Qué es el mundo de Briah? Es el mundo del espíritu. Allí está el Atman-Budhi-Manas de la teosofía oriental, o sea el Chesed, Geburah y Tiphereth de la kábala hebraica.

¿Y qué es el mundo de Yetzirath? En Yetzirath encontramos nosotros al mundo mental y al mundo astral. Y por último hallamos al mundo de Assiah, el mundo físico con sus regiones sumergidas o moradas de los kliphos.

De manera que esos cuatro mundos: Atziluth, Briah, Yetzirah y Assiah se procesan inteligentemente. ¿Cuál es el mundo más grandioso? Es el mundo de Atziluth.

Pero en principio todas esas emanaciones están en el Anciano de los Días, en la Bondad de las bondades. De Él deviene todo. El Logos directamente maneja todos los sephirotes, porque ya en el siguiente mundo, en el mundo de Briah, se manifiesta a través de las jerarquías divinas. En el mundo de Yetzirath lo mismo, y en el mundo de Assiah, o sea el mundo físico, se manifiesta a través de los chakras del planeta Tierra, de los signos zodiacales, de los planetas del sistema solar y hasta a través de los tattvas o vibraciones.

Es interesante saber que este Malkuth, este mundo físico en el que vivimos (que es un sephirote caído), un día estuvo precisamente dentro del Anciano de los Días; que devino por emanación hasta tomar la forma que tiene en estos instantes. ¡Eso es maravilloso! Y al fin llegará el día en que este Malkuth pase por sucesivas transformaciones hasta regresar otra vez hasta la fuente de origen, a la región de Kether o del Anciano de los Días.

Así, pues, los diez sephirotes involucionan y evolucionan. Sin embargo, lo más interesante de los sephirotes no son sus involuciones ni sus evoluciones, sino sus revoluciones. Uno puede hacer la revolución de los sephirotes en sí mismo, aquí y ahora, hollando la senda del filo de la navaja, aquélla que ha de conducirnos hasta la autorrealización íntima del Ser.

En todo caso, no olviden ustedes que de la unión grandiosa de Shiva y Shakti, es decir, de nuestro Padre que está en secreto y de nuestra divina Madre, en la piedra cúbica de Yesod, deviene algo extraordinario. Me refiero al sephirote Daath, que no es otra cosa sino el conocimiento tántrico. Nosotros necesitamos usar ese conocimiento, realizar en nosotros ese conocimiento, porque es por medio del tantrismo cómo conseguiremos nosotros el ascenso del fuego sagrado en la espina dorsal. Es por medio del conocimiento tántrico, es decir, por medio del sephirote Daath, cómo podemos volver algún día transformados al Anciano de los Días, ser uno mismo el Anciano de los Días. En una palabra, necesitamos nosotros integrar a los diez sephirotes dentro de nosotros, aquí y ahora. Dentro de nosotros están, pero debemos integrarlos para convertirnos en dioses. Cuando eso sea, tendremos derecho a golpear en la puerta once; mas, antes debemos habernos integrado absolutamente. Ya integrados y perfectos, podremos llamar a esa puerta de prodigios y ella se abrirá, en ella está el tercer aspecto del Gran Absoluto.

Siguiendo estos desenvolvimientos cósmicos, podremos llegar a golpear un día en la puerta doce, que es la del Ain Soph; y por último, dichoso el que logre golpear en la puerta trece, la del Ain, porque ese se convertirá en un SAT-KUN, en la viva manifestación del Absoluto aquí y ahora, en un dios más allá del bien y del mal. Recuerden ustedes, mis caros hermanos, que el número trece es santo. Jesús y sus doce discípulos formaron trece personas, un grupo de trece personas. Trece eran también aquél consejo de ancianos que gobernaba a la tierra bendita de Anáhuac. Sobre el trece está basado el calendario azteca. Se nos ha dic0ho, en la doctrina secreta de Anáhuac, que existen trece cielos y esto nos invita a reflexionar. Son trece los mundos que se compaginan con los trece sephirotes, porque el Anciano de los Días, la Bondad de las bondades, el décimo de los sephirotes, no es todo. Él deviene de un sephirote superior, que es el once, y el once a su vez del doce, y el doce del trece.

Son trece cielos, trece mundos. Nuestro sistema solar tiene trece planetas; yo se los puedo enumerar: Tierra, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, Plutón, Vulcano, Perséfone, y Clarión. Esos trece mundos tipifican a los trece sephirotes que forman los trece cielos de la sabiduría náhuatl.

Así pues, mis caros hermanos, autorrealizar dentro de nosotros a todos los sephirotes de la kábala es vital, si es que queremos convertirnos en dioses. Toda la doctrina que aquí estamos enseñando, conduce a eso.

Samael Aun Weor






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