CURSO DE GNOSIS

B03.- El Origen del Yo

Conceptúo que lo más importante es despertar la conciencia. La humanidad primigenia paradisíaca estuvo despierta. Desafortunadamente, debido a una equivocación de ciertos individuos sagrados, el cometa Condoor chocó con el planeta Tierra. Y como secuencia o corolario, las capas geológicas se sucedieron inestables. Terremotos incesantes y espantosos maremotos sacudieron las entrañas del continente MU o Lemuria. La vida orgánica sobre la faz de la Tierra estaba peligrando.

Fue entonces cuando llegó a nuestro mundo una comitiva de individuos sagrados. Entre ellos se encontraba el muy respetable y muy venerable arcángel Sakaky. Ellos estudiaron el problema y llegaron a la conclusión de que había que darle a la humanidad el abominable órgano Kundartiguador. Dicho órgano es el apéndice de la espina dorsal proyectado hacia abajo, tal y como lo vemos nosotros en los simios, changos, orangutanes, gorilas etc.

Indubitablemente, como quiera que el organismo humano es una máquina, recoge energías cósmicas del megalocosmos y las transforma automáticamente y las retransmite, posteriormente, a las capas interiores de la Tierra. Así, la Tierra se nutre como organismo viviente con todo tipo y subtipos de energías cósmicas.

No hay duda de que las plantas también sirven de canal para las energías que provienen del megalocosmos. Lo mismo podemos decir sobre las distintas especies bicerebradas y unicerebradas; pero, indubitablemente, el tipo de energías que recogen los tricerebrados, es más útil todavía a las entrañas de nuestro mundo Tierra.

Mas al hacer una modificación orgánica, se modificaron también las fuerzas que penetraban entonces en el organismo humano. Se tornaron lunares debido al abominable órgano Kundartiguador y, como secuencia o corolario, se estabilizaron las capas geológicas de la Tierra.

Esto significa que los terremotos, que eran tan frecuentes en aquella edad, y los espantosos maremotos que se procesaban incesantemente en el fondo del Pacífico, quedaron en suspenso.

Desgraciadamente, nunca faltan equivocaciones. Y si la colisión de mundos se debió a la equivocación de ciertos individuos sagrados, no es menos cierto también que el arcángel Sakaky y su altísima comitiva se equivocaron con sus matemáticas transfinitas, en relación con el tiempo de duración del abominable órgano Kundartiguador.

El muy respetable archiserafín Loisos se dio cuenta de la cuestión e intervino para eliminar de la humanidad tan nefasto órgano. Mas esto fue, en verdad, demasiado tarde.

Esa nueva equivocación fue nefasta para toda la humanidad doliente. Cuando ese órgano desapareció de la anatomía humana, quedaron las consecuencias del mismo en los cinco cilindros de la máquina orgánica. Estos cinco cilindros son:

1.- Centro intelectual. 2.- Centro emocional. 3.- Centro motor. 4.- Centro instintivo. 5.- Centro sexual.

El primero se encuentra localizado en el cráneo, dentro del cerebro meramente intelectivo. El segundo en el corazón y centros nerviosos específicos del gran simpático. El tercero, obviamente, en la parte superior de la espina dorsal. El cuarto en la parte inferior de la misma. El quinto en los órganos de la generación.

Deduzcan ustedes cuáles serían entonces las consecuencias del citado órgano. Es claro que los agregados psíquicos inhumanos, que aún hoy existen entre todas las criaturas humanas que pueblan la Tierra, fueron la cristalización de esas pésimas consecuencias.

El ego, en sí mismo y por sí mismo, es una suma de todos esos agregados o secuencias del abominable órgano Kundartiguador. Tales agregados psíquicos están debidamente clasificados en psicología experimental. No cabe duda alguna que los siete principales son: Ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza y gula.

Obviamente, si hiciéramos lista, nos asombraríamos. Como bien dijera Virgilio, el poeta de Mantua: “Aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcanzaríamos a enumerar todos nuestros defectos cabalmente”.

Es bueno que ustedes entiendan que tales defectos o agregados psíquicos, se conocieron en el Egipto de los faraones con el calificativo de losdemonios rojos de Seth. Así que, en verdad, debido a esta cuestión, la conciencia humana quedó enfrascada,, embutida, embotellada entre esas pésimas consecuencias del abominable órgano Kundartiguador.

Si antes la conciencia se hallaba despierta integralmente en un ciento por ciento, motivo básico como para gozar del estado paradisíaco o edénico, al quedar enfrascada, indubitablemente se tornó condicionada y cayó en el proceso hipnótico del sueño.

Hoy en verdad, los seres humanos se encuentran sometidos a hipnosis colectiva. Quiero decir en forma enfática que la fuerza hipnótica de la Naturaleza influye en todos los seres humanos en forma masiva. Desdichadamente, nos damos cuenta del hipnotismo exclusivamente cuando la fuerza hipnótica del mismo fluye precipitadamente, como en el caso de una sesión de hipnología. Mas es cierto y de toda verdad que el hipnotismo fluye por doquiera.

En tiempos antiguos se representó el Gallo de los Abraxas con una doble pata de serpiente. Esto nos invita a pensar en el Od y el Ob del distinguidísimo caballero Eschembach.

Hay dos serpientes —nos dice Eliphas Levi—, la una es la que asciende por la Vara de Esculapio, el dios de la medicina, la otra es la horrible Pitón de siete cabezas, que se arrastraba por el lodo de la tierra y que Apolo irritado hirió con sus dardos”.

En lenguaje rigurosamente bíblico diríamos: La primera es la serpiente de bronce que sanaba a los israelitas en el desierto, aquella que se enroscara en el lingam generador o en el Tao del bíblico Moisés. La segunda es la serpiente tentadora del Edén.

Así que, cuando aquella asciende por la espina dorsal, nos ilumina, transforma y revive totalmente. Bien sabemos que, aunque el Cristo es nuestro Redentor Íntimo de acuerdo con la filosofía del salvator salvandus, nada podría hacer el Adorable sin la serpiente. Ella es el resultado de las transmutaciones de la líbido, que analizara Sigmund Freud en su Psicoanálisis.

El aspecto negativo de la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes, obviamente es la serpiente tentadora del Edén, el abominable órgano Kundartiguador, la horrible Pitón.

En los antiguos tiempos lemúricos, en aquellos tiempos en que los ríos de agua de vida manaban leche y miel, la serpiente sagrada ascendía victoriosa por el Árbol de la Vida (éste se encuentra representado en nuestro organismo por la espina dorsal del asceta gnóstico).

Desafortunadamente, debido a la equivocación bastante deplorable de aquellos cosmocratores, que por error originaran el choque del cometa Condoor con nuestro mundo Tierra, se tomaron medidas terribles para después dotar a la humana especie con el abominable órgano Kundartiguador.

Incuestionablemente, nefastos ritos mezclados con el pecado original pusieron en marcha a Pitón desde su hueso coxígeo hacia los infiernos del hombre. Si esto no hubiese sucedido, las pésimas consecuencias de esa abominación no hubieran surgido en nuestra naturaleza. Entonces tendríamos ahora la conciencia objetivizada, despierta.

Esta pobre humanidad ha sido víctima de la equivocación de algunos individuos sagrados, y resulta esto lamentable. Claro está que aquellos tendrán que sufrir las consecuencias de sus errores, y en un futuro Mahamanvantara cancelarán sus deudas.

No son ellos perversos ni nada por el estilo. Téngase en cuenta que el muy respetable y muy venerable arcángel Sakaky, es uno de los cuatro Tetrasustentadores. Lamentamos que hubiera venido demasiado tarde. Si no, muy distinta hubiera sido la suerte de esta humanidad.

Bien, hoy por hoy tenemos que aceptar las cosas como son. Se encuentra dormida la conciencia, eso es obvio. Está embutida entre el ego y esto es terrible.

Los habitantes de la Tierra son anormales. Tienen una psiquis subjetiva, incoherente, imprecisa. Ahora podrán ustedes deducir las consecuencias.

Difícilmente sería posible que una pareja humana (marido y mujer) fuesen felices. Difícilmente sería posible que reinara la paz entre las naciones. Difícilmente sería posible que las gentes tuvieran recta conducta. El Estado de inconsciencia humana es espantoso, y por ende, la anormalidad es total.

Hemos citado siete pecados capitales y observen ustedes el desequilibrio que los mismos originan. Observen cuidadosamente a un sujeto con ira.

Los ojos saltados, pronunciando palabras incoherentes, diciendo leperadas, apretando los puños de las manos, con rechinar de dientes. Incuestionablemente un sujeto así, en un mundo más avanzado, sería llevado, no a una cárcel, sino a una clínica, que es diferente. Se trata de un enfermo mental, de un anormal.

Vean ustedes a un codicioso.

Desea en forma desmesurada un puñado de monedas, tal vez una casa. Con el tiempo ha de volverse rico, valeroso... (dueño de) algún pedazo de tierra que él nunca fabricó. Es un anormal. Llega a (originar discordia) entre hermanos, posiblemente por las preocupaciones. Cuando trabaja () en alguna gran empresa, por lo común viene a adquirir en su organismo úlceras en el estómago. Se llena de terror ante la posibilidad de una venta frustrada, etc.

Miren ahora a un lujurioso.

Actúa como las bestias, y tal vez peor, porque ustedes jamás han visto a un toro buscar sexualmente a la hembra cuando ésta está embarazada o con el menstruum universal. El lujurioso es capaz de todo eso y aun más. Puede convertirse en violador, y en este caso es peor que los brutos. Es algo imposible de describir con palabras.

Un demente satírico, producto de tales criaturas, siempre resulta fracaso. En el terreno de la literatura tenemos «El Satiricón», obra que entonces escribiera Petronio en la época de la decadencia romana. Alguna vez estudié tal libro, no en forma total, llegué hasta la mitad y lo arrojé con gran asco. Sin embargo, esa obra fue muy apreciada en épocas de Nerón por los retóricos de Roma; esto no lo ignoran los eruditos de la Literatura Clásica.

¿Y qué diremos de los envidiosos?

¡Cuánto sufren por el bien ajeno! Si tienen automóvil, lloran y se desesperan cuando ven a su vecino con un coche mejor. Y si su casa es humilde, se halan sus cabellos, retuercen sus labios, sufren hasta lo indecible al saber que su amigo, fulano de tal, posee una casa mejor. ¿Cómo es posible que aquél tenga una mansión más bella, si fue mi compañero de escuela? ¿De donde acá resultado con tanta suerte? Y ahí viene la calumnia: Posiblemente sin doctorarse, ¿cómo es posible que ahora esté tan bien?... ¡Qué sufrimientos tan raros por el bien ajeno! ¡Cuánto dolor!...

(Miren ahora a un orgulloso).

Cuando hube de penetrar en esos archivos akáshicos (mencionados por un Mr. Leadbeater o una Annie Besant, o Blavatsky), entre los mismos hallé a aquél que en vida fuera conocido con el nombre de Napoleón Bonaparte. Todavía moraba aquel hombre en la Región de los Sacramentos. Vestía con su manto de emperador, imponente caminaba. Su mirada era la de un sonámbulo convencido de que gobernaba.

—¿Quién eres? –le dije–.

Respuesta:

—Soy el Emperador Napoleón Bonaparte, el Emperador de Francia, Rey de Roma...

Su orgullo era insoportable. Incuestionablemente, en el espacio psicológico, el orgullo le hacía aparecer ridículo en el sentido más completo de la palabra, espantosamente ridículo.

El orgulloso puede ser herido mortalmente por el justo. Cae estrepitosamente el orgulloso ante la palabra del justo. El peor enemigo del orgullo se llama Justicia.

¡Qué anormal es el orgulloso! Ve a todo el mundo chiquito. ¡Qué extraño su comportamiento, qué ridículo! Se cree muy grande cuando, en realidad de verdad, es extremadamente insignificante. ¡Qué miradas, qué poses las del orgulloso! No es una persona normal. ¡Qué actitudes, qué modo de caminar, qué modo de proceder con sus semejantes! Delira y él se cree colosal, perfectamente normal.

¿Y qué diremos del perezoso?

Es un anormal, no quiere trabajar. En él reina la inercia, no hace nada por vivir. En el terreno de la agricultura no hace nada. En los lugares donde los agricultores son perezosos hay hambre y desolación, y en todos los terrenos de la vida práctica tiene que haber estancamiento. Aunque urge su actividad, él descansa en su hamaca. No hace nada cuando debiera hacer. Quiere comer sin trabajar. Quiere existir, pero no hace nada por su propia existencia. Es algo que tiene y no tiene vida. Algo que pesa sobre los hombros de la sociedad. Un parásito que se nutre de la vida de otros. Algo anormal.

Y del glotón ¿qué diríamos?

Observen ustedes que las personas demasiado obesas, demasiado gordas (salvo algunas excepciones debido a cuestiones de la tiroides), son glotonas por lo común. A cada rato están comiendo. Dichos sujetos quieren tener una panza deforme, ¿para qué? ¡Qué horribles se ven! Comen y comen incesantemente. Se miran en el espejo y no se dan cuenta de que son espantosamente feos; siguen comiendo. He aquí el glotón.

He citado tan sólo los siete pecados capitales, y se darán ustedes cuenta que el ego nos hace anormales. La psiquis de los seres humanos es anormal. La conciencia embutida entre los agregados psíquicos se procesa en virtud de su propio embotellamiento, eso es obvio.

¿Qué es lo que necesitamos urgentemente? Es incuestionable que, antes que todo, debemos despertar. ¡Urge el despertar, necesitamos el despertar!. ¿Sería posible acaso que la conciencia despertara, si no elimináramos previamente los psíquicos agregados? Es obvio que no.

El animal intelectual, equivocadamente llamado hombre, tiene tan sólo un 3 por cien de conciencia, aunque hay gentes que no tienen ni siquiera el 1. Son autómatas absolutamente; esto es lamentable.

¿La muerte del cuerpo físico resolvería acaso este problema? ¿Piensan ustedes que tal vez algún credo religioso con sus promesas postmortem podría dar origen al despertar de la conciencia en un más allá? Categóricamente habré de decirles que eso no es posible.

La muerte en sí, desde el punto de vista rigurosamente matemático, es una resta de quebrados. Si nosotros hacemos tal resta, concluida la operación aritmética, lo que queda son los valores. Los valores continúan en el espacio psicológico. Éstos son positivos y negativos. Indubitablemente, los agregados psíquicos positivos podrían ser calificados como “buenos”, aunque no supieran hacer el bien jamás, y aunque sus buenas acciones nos condujeran siempre al error. Ostensiblemente, los agregados psíquicos negativos pueden y deben ser calificados como “malos”, eso es obvio. Los valores, en el espacio psicológico y en el estado postmortem, se atraen y repelen de acuerdo con la ley de imantación universal. Posteriormente, de acuerdo con la gran ley conocida como retorno, regresan, se reincorporan a un nuevo organismo humano en este mundo tridimensional de Euclides.

Entonces, repiten los distintos aconteceres de la vida anterior, de acuerdo con la ley de recurrencia. Vuelven a aparecer en escena las comedias, dramas y tragedias de siempre.

Esto nos invita a entender que estamos repitiendo nuestra vida anterior. Los aquí presentes, que me están escuchando, han venido para oírme y yo estoy aquí para hablarles. ¿Será acaso esto ley de recurrencia? Indubitablemente que sí. Deben entender que en su pasada existencia también escucharon. No sería aquí en este edificio, pero sí en cualquier rincón de la ciudad. Así es la ley de recurrencia, de manera que, retorno y recurrencia trabajan coordinadamente.

Las vidas de todos ustedes son recurrentes; eso es grave. Pero digo: ¿Por qué ustedes no se acuerdan de mí? ¿A qué se debe eso? ¿Podría alguien darme una respuesta satisfactoria?

Discípulo. Porque tenemos la conciencia dormida.

¡Claro está! Si la tuvieran despierta, ya me habrían reconocido. Posiblemente, al reconocerme, me abrazarían o tal vez se precipitaría una retirada, porque existen distintos aconteceres. En aquella época era (el que está hablando aquí) un bodhisattva caído, que enseñaba de una forma más tosca. Sin embargo, enseñaba, y eso es lo que interesa.

No les estoy hablando ahora con fenomenología, ya les hablé en su pasada existencia en esa forma. Ahora los invito al despertar. Pero para que ustedes hubiesen venido, fue necesario hablarles anteriormente con fenomenología. Ésta hizo impacto en la psicología de ustedes y ahora han vuelto. Así, mis amigos, trabaja la ley de recurrencia.

Quiero que ustedes despierten. Y es posible, si ustedes entienden que se necesita desintegrar algo, recibir algo. Algo debe morir en ustedes y algo debe nacer en ustedes.

Deben aprender a manejar el rayo del kundalini (esta palabra impresiona espantosamente a los mentecatos de ciertas organizaciones). Ustedes necesitan manejar el rayo, y para ello se necesita cierta disciplina interior, conocer la técnica de la meditación.

Urge desarrollar un sentido. Me refiero en forma concreta al sentido de la autoobservación psicológica. Recuerden ustedes que órgano que no se usa se atrofia. Ustedes tienen tal sentido, pero se halla latente, se encuentra atrofiado. Deben desarrollarlo y esto es posible mediante la autoobservación diaria. El Sentido de la autoobservación psicológica al que hago alusión es extraordinario.

Digo, pueden ustedes educirlo y vigorizarlo. Yo les he venido a entregar una técnica para educirlo, hoy vengo a entregarles una clave: Acostúmbrense a la autoobservación de sí mismos.

No deben olvidar nunca que en relación con nuestros familiares o en la calle o en la oficina o en el campo, los defectos que nosotros llevamos escondidos, afloran espontáneamente, y si estamos alertas y vigilantes como el vigía en época de guerra, entonces los vemos.

Defecto descubierto debe ser trabajado. Cuando uno halla en sí mismo algún defecto, debe abrirlo con el bisturí de la autocrítica, para ver lo que tiene de verdad. Debe someterlo también a la autorreflexión evidente del Ser. Debe comprenderlo íntegramente en todos los recovecos de la mente. Una vez que ustedes lo hayan comprendido, están preparados para la desintegración.

La mente, por sí sola, no podría alterar fundamentalmente ningún defecto. Puede rotularlo con distintos calificativos o nombres, mas nunca alterarlos radicalmente. Puede pasarlo de un departamento a otro del entendimiento, esconderlo de sí misma o de los demás, justificarlo o condenarlo, mas nunca, repito, alterarlo realmente.

Se necesita de un poder que sea superior a la mente. Afortunadamente ese poder existe en cada uno de nosotros. Quiero referirme enfáticamente a la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes. No importa qué nombre le demos. Los alquimistas la llamaron “Stella maris” (la virgen del mar), los egipcios la titularon “Isis”, los cretenses “Cibeles”, los hebreos “Adonia”, los griegos “Diana”, los cristianos “María”, los antiguos nahuas “Tonantzin” etc.

Sólo ella podría reducir a cenizas cualquier elemento psíquico indeseable. Es obvio que hay que dirigirse a Devi Kundalini Shakti con plena espontaneidad, en la forma que nosotros nos dirigiéramos antes a nuestra divina madrecita terrenal.

No es necesario formulismos para dirigirse uno a la autora de sus días. Sólo basta el corazón tranquilo, y ella nos auxiliará desintegrando aquel agregado psíquico que nosotros hayamos comprendido previamente en todos los niveles de la mente.

Cuando éste se haya vuelto polvo, se liberará el porcentaje de conciencia allí embutido. Por este camino, trabajando con Devi Kundalini, un día habremos quebrantado la totalidad de los elementos psíquicos indeseables. Entonces la conciencia despertará.

Cuando la conciencia despierta, podemos ver, oír, tocar y palpar los misterios de la vida y de la muerte. Cuando la conciencia despierta, podemos recordar nuestras existencias anteriores y ver por anticipado, entre el akasha puro, mediante la meditación de fondo, las vidas futuras. Cuando la conciencia despierta, quedamos preparados para el sunyata (la experiencia directa del Vacío Iluminador).

En realidad de verdad, en el Oriente, la conciencia absolutamente despierta y desarrollada, recibe como nombre una palabra substantiva, que en el fondo resulta también calificativo, aunque sea en sánscrito: “Bodhicitta”.

El Bodhicitta debe ser creado en nosotros y dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. Antes de que alguien pueda convertirse en Bodhisattva deberá convertirse en Bodhicitta.

Bodhisattva, obviamente, es algo muy grande. En el mundo oriental se conocen dos clases de individuos sagrados. El primero es el de los Budhas Pratyekas y Sravakas; el segundo, es el de los Bodhisattvas de compasión.

Los Budhas Pratyekas obviamente nunca trabajan por la humanidad. Sólo se preocupan por su desarrollo interior. No serían capaces de subir jamás a un patíbulo para entregar su vida por la humana especie. Los Sravakas son meros aspirantes a Budhas Pratyekas.

Los Bodhisattvas son diferentes. Ellos se sacrifican por la humanidad; dan su vida por todos los seres que viven; se lanzan entre las multitudes para llevar la palabra de la Verdad.

En nuestro Movimiento Gnóstico, los misioneros siguen el camino de los Bodhisattvas. Dan preferencia al tercer factor que se llama “Sacrificio por la humanidad”.

Los Bodhisattvas, a través de sucesivos Mahamanvantaras, se sacrifican por las humanidades planetarias, y al fin, un día reciben la Iniciación Venusta. Es ciertamente en tal iniciación cuando el Bodhisattva encarna al Cristo Íntimo.

Mas los Buddhas Pratyekas y los Sravakas (o aspirantes) nunca lo encarnarán. Es bueno saber que aquel que lo encarna se torna cristificado. “Al que sabe, la palabra da poder. Nadie la pronunció, nadie la pronunciará sino solamente aquél que lo tiene encarnado”.

Bien vale la pena seguir el camino de los Bodhisattvas. Mas, antes de que el Bodhisattva surja dentro de nosotros, se necesita crear al Bodhicitta, es decir, despertar la conciencia.

Samael Aun Weor


Volver